6 de abril de 2010

El poder del trato


José Luis Ortiz

En mis cursos de ingeniería intento hacer reflexionar a mis estudiantes sobre el valor profundo que tiene el poder del trato hacia los demás como parte de su felicidad. Uno de mis mejores alumnos actuales es Diego Godoy, estudiante de la Carrera de Ingeniería Mecánica, de quien reproduzco, con su autorización, un fragmento de su análisis reflexivo sobre una lectura relativa a este tema:

… puedo decir que es sumamente grato conocer y disfrutar de la obra de Dale Carnegie, Como Ganar Amigos e Influir Sobre las Personas: un excelente manual de trato humano. Y digo lo anterior ya que es un libro de vida, a través del cual podemos, si queremos, ser mejores seres humanos. En particular me enfocaré a describir cómo, a través de la aplicación de las ideas y conceptos que plantea el autor, podemos mejorar significativamente nuestras vidas.

Infortunadamente, la sociedad en la que vivimos nos ha acostumbrado, de forma general por supuesto, a criticar y ser criticados constantemente; sin embargo, me atrevo a decir que esta sociedad nos ha mal acostumbrado. ¿Por qué? Porque somos, en primera instancia, individuos, refiriéndome con ello a que somos todos distintos los unos de los otros. Cierto es que existen patrones, modelos o tendencias que se siguen por cuestiones reglamentarias que son parte del vivir en sociedad, pero no hay que olvidar la esencia individual y única de todo ser humano. Si realizamos una reflexión introspectiva, nos daremos cuenta de que somos tan extraños, únicos y valiosos como cualquier otro ser humano; es por ello que debemos crecer en la tolerancia, la humildad y el respeto por todos nuestros semejantes. Si somos conscientes, en primer lugar, de nuestra calidad de seres imperfectos y perfectibles, entonces podremos madurar y desarrollarnos de manera personal para posteriormente transmitirlo a los demás. Carnegie aconseja: “no critique, no condene ni se queje”; considero, de igual forma, asertiva la elección de Carnegie al citar a Benjamín Franklin –“No hablaré mal de hombre alguno, y de todos diré lo bueno que sepa”. Si aplicamos este consejo en nosotros mismos, siendo conscientes de nuestros errores y trabajando para corregirlos, pero al mismo tiempo valorando nuestras virtudes humildemente, seguramente nuestra actitud hacia la vida cambiará positivamente. Una de las seis maneras que Carnegie propone para agradar a los demás es “ser un buen oyente y animar a los demás para que hablen de sí mismos”. Creo vehementemente que si podemos ser buenos oyentes con nosotros mismos en primer lugar, dando con esto origen a la reflexión profunda y acción en consecuencia, podemos entonces ser magníficos oyentes para con todos los demás. Por eso considero este consejo vital para lograr un cambio significativamente positivo en nuestra vida.

Por otra parte, en el aspecto familiar, podemos aplicar muchos de los consejos que menciona Carnegie en su obra. Sin embargo, de manera personal, quizá el consejo que a mí más me interesó, y que por supuesto aplicaré, es el que dice “haga que la otra persona se sienta importante y hágalo sinceramente”. Entrando en reflexión me he dado cuenta cuenta de que, como en muchos aspectos de nuestras vidas, vemos nuestra realidad como algo “normal y cotidiano”, y no como la maravillosa bendición que representa. Vemos nuestros cuerpos, nuestro hogar, nuestra familia, nuestra vida en general como algo habitual e imperecedero. Cuido y procuro mi espíritu a través del alimento que representa la palabra de Dios, la oración y la acción en función de ambas, cuido mi cuerpo, que representa el templo que resguarda el espíritu, a través del ejercicio y de la selección de alimentos que lo nutran de la mejor manera, cuido mi mente, procurando aprender y aplicar conocimientos nuevos día con día, sin embargo, ¿por qué no hacer lo mismo con mi familia? Yo soy mi mayor obstáculo y estoy consciente de que los pretextos, como algún día me lo dijo un buen amigo, son para quienes no desean triunfar.

Con la colaboración de Diego Godoy, artículo publicado en el Periódico “El Corregidor de Querétaro”, 4 de Diciembre de 2009, p. 7.

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